La rosa negra

Puede la poesía narrar
la extremaunción.
Donde las ciudades tienen señales
de tráfico con el imperativo: Alto.
Y en las manos, embriones
hambrientos que cuajan
con sus cabezas sin apóstoles.
El contenedor
de la pérdida, custodiado por gaviotas
de necias tonalidades.
De niños que fuman con juegos de ruedas.
Y la rima acaba de matar con dos tiros
la luz de cinco dedos que estrella
este barrio.
Cerca de las olas
que impiden andar
hacia la verdad
desprovista de tanques
que rompen las casas de la niñez
en pedazos de lluvia.

Sosteniendo previsibles
el poema-moneda,
limosna del leproso,
alivio del loco.
Comisura voraz del tiempo
en que tú y yo fuimos,
fuimos, fuimos.
Tras la ráfaga epistolar
a balazos.
Felices muertos.





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