Vigilia social.

El transportista reclamando al aire
con lengua equina
y un polo red
prolongación de la marisma 
de su sudoración 

trae los regalos del cielo.

Ya no hay seres irreales
en la manipulación momentánea del Nescafé,
dando vueltas con la cuchara
mientras la tierra habla, habla de cansancio,
de la mancha axila del empleado,
que trae un bulto o dos: corazón y cerebro.

Bulto astronómico del transporte
con su uniforme color vino tinto,
con las manos estelares
igual que un portal de Belén,
qué digo de Internet.

Y entre la mesa y una silla
resplandece la caja meteora
con el papel burbuja sin mar
destripando esperanzas,
documentos reflexivos, 
con el olor rancio aún de la explotación salarial
en mis narices de putipoeta,
Abriendo, como una amante desnuda
deseosa de ser el buzón de la carta macho.

No hay nada.
Nada.

Las estrellas se evaporan
en las hélices de los aviones.

Y volverá el fútbol, las finales de las voces huecas
en los mitines políticos o en concurso sorbe cerebros
y todo volverá a ser cómo antes.

Señor transportista
traiga un futuro, y disculpe si no me apiado de su fatiga
y teme-rosa devuelta del franqueo.

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