Canela en rama

Nunca entenderé
por qué tengo un trato diferente
de tu persona,
acaso soy demasiado pequeña
para peinar tus cabellos de seda.

Metida en un corral 
una no puede dejar de ver
a la mujer enigma
con sus cejas que son dos arcos,
y más bien ojo luz o ojoya blanca
que serían sin ningún miramiento el ente 
que adorna la empatía.

Un día me sirvieron en copa 
que alguien dijo que era un ignorante,
alguien a quién estimaba
como el tapete a la base jarrón.

Ese lloro fue incierto
y a la vez real,
soy un ignorante 
porque desconozco el día de mi muerte,
la medida de mi pena
y si alguna vez hallaré
un amante que se quede en mi regazo
y no escriba en mi espalda 
la palabra abandono.

II

El capitel era su nariz
y una cesta repleta de hierbas
presidía dos lenguas de madera
repletas de topacios.

III

Dónde estará la fuente de la sabiduría,

un violín bramaba rebotando con un portón  
que parecía una tableta de chocolate
tras ventanas con las mismas pestañas rejas
que tenían una parálisis visual.

Me moría de ganas de asomar
memoria
memo
ría o calle para siempre.

De ganas entre botella candelabro
y porta velas vasos.

No entiendo nada.

Eso será que soy sosera
de bocado
de pescado lleno de espinas.

Tranquilo, nunca más volveré a llamar a su verja.

Será que soy pequeña
y no llego a la medida.

Ya no duele, acepto 
y ahí en un rincón
entre mi camiseta 
y la costura izquierda
anidará
la memoria de unos besos
que fueron regalados.

Memoria por hablar contigo






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