Soberanía mononuclear
Ir de un lugar a otro como un insecto
que huye de la luz
y busca el confort del ruido
del motor de la nevera.
Bajo la vías de los trenes
entre guijarros
la corsaria errante
siempre se equivoca.
II
Cuando la luz tamizada por un éstor ladea,
se conjuga con ese despertar resaca
con agujeros en el pecho
por la lágrimas.
Sobreviviendo a la epilepsia nocturna
con estrellas convulsivas
y ceguera necrológica.
Ayer se fue.
Tenía cuarenta años.
Puta vida de trenes.
III
Podía tirotear al espejo
subir los calcetines
y emprender la huida.
Cerré la cremallera
y repartí besos
a cada uno de los retratos que conforman
mi vida.
Familia inmóvil
que mira Gioconda
cada vez que salgo por ventana
y cierro la puerta.
Cordones, clavijas, brechas
de un ecosistema corpóreo
en desuso. El ecuador
y siempre con ganas de nacer
multiplicada por ansias.
Espero que no desesperes en tu odisea
cuando veas en el ángulo
y decidas si eliminar la barba
o dejar que la pena se abra a cachos
por tu cara.
Y aquí sigo, Alicia total
detrás de un conejo
que juega en Las Vegas,
rompecorazones de la baraja
que no merece ni un mísero pisotón de calle.
Brindemos por la faz.
Por este o-este,
por Poe, Fuertes y Dante, Wislawa y Rododera,
por una noche de verano
con mangueras a chorro
limpiando aceras
y la oropéndola
rugiendo tras las caras.
Gatas
escarbando en contenedores,
verde de monte ciudad.
Se vive una vez.
Una puta vez
de vida de trenes.
Lo sabía Cortázar
y la abuela con su nieto
por la Avenida Valencia
que arañaba vida,
raíz que busca tierra.
Tren, tren, tren.
que huye de la luz
y busca el confort del ruido
del motor de la nevera.
Bajo la vías de los trenes
entre guijarros
la corsaria errante
siempre se equivoca.
II
Cuando la luz tamizada por un éstor ladea,
se conjuga con ese despertar resaca
con agujeros en el pecho
por la lágrimas.
Sobreviviendo a la epilepsia nocturna
con estrellas convulsivas
y ceguera necrológica.
Ayer se fue.
Tenía cuarenta años.
Puta vida de trenes.
III
Podía tirotear al espejo
subir los calcetines
y emprender la huida.
Cerré la cremallera
y repartí besos
a cada uno de los retratos que conforman
mi vida.
Familia inmóvil
que mira Gioconda
cada vez que salgo por ventana
y cierro la puerta.
Cordones, clavijas, brechas
de un ecosistema corpóreo
en desuso. El ecuador
y siempre con ganas de nacer
multiplicada por ansias.
Espero que no desesperes en tu odisea
cuando veas en el ángulo
y decidas si eliminar la barba
o dejar que la pena se abra a cachos
por tu cara.
Y aquí sigo, Alicia total
detrás de un conejo
que juega en Las Vegas,
rompecorazones de la baraja
que no merece ni un mísero pisotón de calle.
Brindemos por la faz.
Por este o-este,
por Poe, Fuertes y Dante, Wislawa y Rododera,
por una noche de verano
con mangueras a chorro
limpiando aceras
y la oropéndola
rugiendo tras las caras.
Gatas
escarbando en contenedores,
verde de monte ciudad.
Se vive una vez.
Una puta vez
de vida de trenes.
Lo sabía Cortázar
y la abuela con su nieto
por la Avenida Valencia
que arañaba vida,
raíz que busca tierra.
Tren, tren, tren.
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