La duda tuvo respuesta azafrán

En la alameda, el sofocante julio
había llenado sus pulmones de vaho
y osaba en los cristales
retratar una imagen,
o quizás, la de dos personas
como gotas gigantes.

El Maestro preguntó
con la presión hecha vapor
en ventanales de marcos metálicos:

-¿Está enamorada de él?

-Sí.

Y las nubes dibujaron
en el capó una espiga de trigo
tan diminuta
que volaría justo a la curva
de la gasolinera.

-Y él de ti.

Es evidente que no,
cuando uno ama busca 
y todas las semillas
de los viveros paren tomates y naranjas,
se abren en el firmamento olas de voces
y los cuerpos se anudan
hasta estrangular la soledad
y enterrar su perdición
debajo de un olmo de hojas avellanas.

Y el maestro habló
con la sabiduría
de los truenos
antes de la lluvia.

Y en un abrazo de alumna
dispuesta al aprendizaje
a soltar las cadenas 
que trabaron mi simiente, escuché:

-Este hombre le hizo mucho bien. 

Alágrima  que voló mutada
una tarde de verano
dentro de un coche 
en doble filo.

Abriéndose todas las jaulas
y los pájaros fueron libres.


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