El folio, la falsilla y el topo.

La humildad de los objetos
permanece oculta.

Acaso un tornillo conoce su fortaleza, 
la espiral que lo ata al roble, a tantos elementos
como un sol pegado al techo.

Las calzas, en sus formas lineales,
sostienen la furia de las puertas
como cerebros que no desean olvidar una vivencia, 
un trozo, en fin, intangible porque de la nada no existen.

Los sentimientos de las tuercas,
de los anillos de ningún planeta sostenido,
haciendo suspensión a los telares.

Cortinas que descubren la timidez del hierro,
clavos, parches, tiritas y otros alfileres.

Que ocupan el lugar idóneo.
Pero, que quieren crecer
como el molino, la fuente, el corazón, la lengua, la lealtad.

Así, son algunos procederes.
Pequeñas chispas de microondas
que anhelan la facultad de los hornos.

Para crecer, en tachuela o en cinta.

El amor, la construcción silenciosa
de su propio mecano que no se forja con falsedades
sino con la humildad de las gotas de agua,

la humildad,
de la palabras.


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