Las palabras mojadas bajos los portales en llovizna.

En esta noche de lluvia sin gabardinas, escucho el lamento por los tejados.

Podría descifrar con una mano en el pecho cada latido, 
de gota que cae hacendosa a su suicidio contra las aceras, 
las calles que han vuelto a sentir los pasos.

Se oye el poema parido en cuerdas de violines,
el calor de la casa que fue abandonado,
el aire trágico de como se despliegan los paraguas
y el tintero rebosante de ira
para desgranar en uvas manchas sobre el papiro
el carmesí que aún  arde detrás de la palabra.

Puede tanta enfermedad lidiar con esta desesperación albina,
disfrazada de gacela
cuando no es más que una loba de corrales
bajo la jarreada de Octubre.

Los océanos no existen, no llueven.
Los océanos luchan, resisten.

Somos nosotros los charcos que imponemos las fronteras
del mar del miedo y puede que todo en su deriva reste.
En el lado infinito donde purgan las lenguas, en salivales cachos
en esta noche de poesía transhumante
que van dejando la aridez del cuerpo sin fluidos
con la soledad calada por las misivas.

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