Diálogos diáfanos.
Pienso en sus muslos de aves del paraíso hechos de carne,
la amplitud de su diámetro, el diapasón,
diamante-diablo que entre ellos habitaba.
Y me desmenuzo en trozos textiles,
en avance a través del bosque
que sin boca ni razón alguna.
En las diagonales.
Con la diana del bulo del abrazo al olivo,
a su anchura de madera de pájaro cuco,
de estornino que se posa en el álamo de las ventanas.
Diagrama escrito por el cáliz insostenible
de la vida en los fósiles que vierten la palabra
y desnuda de armas correr tubérculo
por los tálamos hasta el árbol
como el que abraza a un ser querido que murió
hace ya unos cuantos aparcamientos indebidos.
Y no está.
Y no regresará, más que con poemas convulsos.
Día a día.
Día a día.
Hasta morir de abrazos intangibles.
la amplitud de su diámetro, el diapasón,
diamante-diablo que entre ellos habitaba.
Y me desmenuzo en trozos textiles,
en avance a través del bosque
que sin boca ni razón alguna.
En las diagonales.
Con la diana del bulo del abrazo al olivo,
a su anchura de madera de pájaro cuco,
de estornino que se posa en el álamo de las ventanas.
Diagrama escrito por el cáliz insostenible
de la vida en los fósiles que vierten la palabra
y desnuda de armas correr tubérculo
por los tálamos hasta el árbol
como el que abraza a un ser querido que murió
hace ya unos cuantos aparcamientos indebidos.
Y no está.
Y no regresará, más que con poemas convulsos.
Día a día.
Día a día.
Hasta morir de abrazos intangibles.
Miranda (La Tempestad), J. W. Waterhouse, 1916. |
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