Patas de gallo.

En corro me llevan hacia el tribunal
todas las madres nuevas y viejas;
acomodadas, y levantando
con la energía de la madera el mazo.

El benedicto ha sido:

¡Culpable!

¿Culpable?

Culpable de qué,
de no querer que un hombre me abra la puerta,
de decidir mi propio destino
fuera de un toldo.

De enaltecer mi decisión inapelable
a no ser una burguesa de excremento de rata
con un vestido floreado
en la cola del cine, en un viaje a Pim Pam Fuego
en una avión de tercera.

No necesito un  macho que cante:

Buenos días: mi estrella, mi mazapán, mi azul,
mi, mi, mi como una nota
musical a tanto posesivo,
prefiero recoger plásticos del Mediterráneo,
alimentar a los gatos,
ser voluntaria a un cohete volador
destino planeta de los simios,
cuerpo donante,
sangre trasfusión,
cornea impoluta, manos sosteniendo
pancartas "No soy la princesa de nadie"

Culpable... ¿De qué?

De querer emigrar, de valorar más mi intelectualidad
a llevar un pene con patas a todas las ferias alternativas.

Cuando lo más fácil es ser una gacela en manada,
y lucir un novio como una almorrana en el culo
por practicismos y la perpetuación de las especies.

De ir por la senda del sacrificio, del destierro,
esa es la culpabilidad de mi mancha,
mujer que por tu temperamento
fuiste mártir y bruja a partes iguales en la historia.

Culpable de libre.

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