BITÁCORA DE MALLORCA II

Esta mañana
subí hasta el Grau 
y observé lo que quizás hayamos perdido los mallorquines.

Me tumbé sobre la arena

detrás de unas dunas
y unos pájaros inquietos,
molestos por mi presencia,
me vigilaban
desconfiados.

No había nadie.

Supongo...
Qué faltaba la tumbona,
el hotel-cemento colocado sobre nidos de aves,
el asfalto que dibujara
el camino de las plantas podológicas,
veinte señores con veinte perros.

Faltaba el bar a pie de desagüe,
el olor alcantarilla
y los barcos de recreo varados.

El Molinar, con su Portitxol
y los llaüts edificios
con pijos disfrazados de neo Ibicencos 
aún me ciega de amor,
ellos luchan ante lo que se les sobreviene encima.

Un puerto deportivo y más turistas
que usan de orinal mi tierra.

Cuando la escuadra Americana
desembarcaba en la isla,
los prostíbulos hacían caja de música.
Era pequeña,
pero lo recuerdo,
se llenaba de uniformes de esos hombres instruidos
para pensar que las islas eran Filipinas de relax.

Ahora llevan bermudas,
beben
y se multiplican políglotas


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