Marzo

Esta añoranza de anchoas en vinagre

que recorre mi silueta.

Sí, porque la pesadumbre es un pez malherido 

que busca en las acequias la quiromancia

de las manos.

Una salmuera que tuvo el océano

de aquel amor filial 

que se extingue cada día que transcurre

para observar  a la madre

en una diapositiva y a mis hijos

en un ascenso a una vía

donde yo, vianda melancólica,

no les podré alumbrar desde este sillón verde.

Es tan mortífera la pena de la sal y la escocedura

que una sin piel ríe a deshoras, extrae la raspa 

con cada escama que parece una lágrima

sobre este rostro de años.

Recuerdo tantas veces vuestro aroma de niñez.

Las veces que temblaba 

cuando la inexperiencia en los quehaceres de madre 

me convertían en una marioneta.

Sí, duele mucho, aunque no sea 

más que la sombra de una galera.

Ese pez extraño de ojos opacos

y sediento en la orilla,

que sobre la arena desfallece 

porque no sabe nadar hacia el mar.






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