Fósforo

La resistencia en la palabra
recuerda a una casa después del incendio.
El hollín que se ha apoderado
de la superficie con las maniobras insuficientes
para blanquear un trozo de su cubierta.
Frotas con ahínco con una esponja,
baño de agua y de vinagre,
transfiriendo la dejadez
a la limpieza de un folio.
La ropa desprende el hedor
de la madera muerta
y las manos y el rostro
respiran, a través de sus orificios,
el polvo-luto de lo que ardió 
en su hermosura sin renacimiento.
Pringosa sensación
del ser que sana a cambio de la secuela,
de homenajear el sarpullido. 
A pesar, de que nosotros frotemos 
los músculos de un edificio
que brillan en la oscuridad
del que cree en un amor cloaca.
Insistencia de aseo.
Palabra calcinada.
Miembro del bosque 
con una fuerza descomunal
buscando una semilla, una hoja, 
una hebra de raíz 
para recuperar la luz que habitó
y repoblar la sábana 
con estampados vegetales,
pensando que una palabra no es capaz
de quemar a un cuerpo, pero sí,
la palabra tiene el poder de la deflagración
y tú lo sabes muy bien.

Comentarios

  1. Por la palabra arder, en fuego de amor.
    Por la palabra sanar, en versos con color.

    Un abrazo, Lluïsa.

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