Fragancia de los libros
No creo que exista la fórmula escrita
para definir esta bella estampa.
Este paisaje
que se cuela en la ventana de mis ojos.
El peinado de los árboles.
La vereda con pecas lilas y amarillas,
mullido silvestre,
en bordes de mi andadura.
Con este aroma, imposible de que un ordenador duplique.
Tal vez, el tacto con las estaciones.
La vista y el oído en su salsa.
Una máquina no puede emular la fragancia
del campo.
Todo queda como un ambientador
de grandes almacenes.
Postizo y una protuberancia absurda.
El olfato de la tierra con su musgo.
El olfato del café en su taza.
El olfato de la vida.
No.
Ni yo con un puñado de palabras,
ni un ingeniero de azucenas.
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