La otra mirada.
No sé parlotear con los pájaros,
desconozco su lenguaje
de algodón y azufre.
Me quedo siempre a un paso
de esa mirada de cadena perpetua,
dónde los ríos riman
y las superficies lucen madreselvas
y joyerías varias.
Quisiera ver el mundo
con los ojos poetas de antivirus,
qué nada fuese cortopunzante
ni corrupto. Qué emana a sol
y a lirios, y a jilgueros, y a princesas.
Pero soy hija de la ventisca.
Y llevo arena en mis legañas.
Escucho, pero, no asiento.
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