La elegancia de Brines

Cae la noche con un clavel 

en una ojal

la sonata del que se anuncia

como una serie de prepago.

Telefónica móvil

y aranceles del latido que emite

su conversación de luto.

A dónde esparcirá la última palabra

su simiente.

En qué torre despeñará la blazer

el invierno, atrofia de un mayo

que sesga cálido a un nuevo mes.

Tengo tanto amor en cada poema

que quizás la muerte de los dioses

sea una injusticia cuántica.

Sin Instagram, triunfó Lope de Vega.

Y a Alejandra Pizarnik nunca le gustaron las fotos.

Cigarros que miran el despropósito

del poeta que escribe

a la bacanal de poder partir su libro

como un pan deslenguado.

Cuando ayer Brines fue ocaso.

Lloré como una estúpida

que pierde al mejor jugador de una liga.

Luego leímos poemas

separados por sillas.

Y supimos que los poetas mueren dos veces.

Porque en esta tierra de arroz

se ama demasiado pronto.

Y nunca se muere tarde.

Y nunca se muere.

Y nunca.

Y.

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