Un pez en el torrente sanguíneo



El cielo abre su abrigo, para cobijar a los pájaros,
vacío del relleno de los aviones que descansan en los hangares.
Las mujeres, que han tomado los paseos
con camisetas de publicidad
y "leggings" (leotardos) de costuras.
Caminamos con la energía necesaria
pues somos mayoría en la vereda,
de estirar la sábana al sol,
de moler el café con los ojos.
Vamos unas en una dirección y otras hacia la cuesta.
En paso legionario de flores.
Con las prisas de los programas de lavado,
del bacalao en remojo,
de la cola del supermercado
con nuestros burkas del progreso
de las epidemias selectivas.
Manos azules, negras o del color del látex.
Que ocultan la quiromancia de tantos días convictas
con verdugos, amantes alcohólicos y ausencia
en los armarios que de puertas abiertas
sólo muestran la fealdad del destierro, de la soledad.
Sorteamos las señales, el ruido precoz de la brisa.
Y caminando llegamos a la cruz
de todos en una casa para vernos los dientes
en espera del abrazo.
Yo sé que muchas huyen con la primera luz
en una ruta predestinada
pero que es el mejor orgasmo del mundo.
Para apreciar la libertad ajena
que sin meta, corta flequillos, cocina tubérculos,
agita el trapo, hace las camas,
pasea perros, teletrabaja y acuna,
friega, barre y camina.
En la hora en que nos permitimos
ser las revolucionarias del "running".
Con un corazón que pesa tanto
que apenas la voz llega
a respirar:
¡Hasta mañana!

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