Duelo

El día que murió Anguita
percibí un agrio malestar en la boca,
como si llevase algún tiempo mascando un chicle
sin ningún sabor.

Las personas celebraban la vida
con reservas
y los pintalabios aguardaban, quizás, el verano obsceno
para que las lenguas fuesen las culebras frescas
que rebosasen en sus pantanos.

Siento congoja cuando muere una parte de la historia,
porque en ella, veo en un frasco
la niñez microscópica, los abuelos de un bando a otro.
Las pegatinas rojas de instituto.
La necesidad de votar para cambiar el mundo y no tener la edad suficiente.

En aquella época la política se sostenía con la palabra
a través de televisores Telefunke
que finalizaban la emisión con un catálogo.
Promesas de edenes y elixires
que otorgaban el secreto de la juventud.
Los campos, que no intuían aún la expropiación urbanística,
guarecían escombros con viejos caminos
de maquis.

El día que murió Anguita,
las pantallas eran sepulcros de un dolor "pixelado"
en la búsqueda de una conexión a dos bandas en Google
de los cursos de "Liderazgo sin vender a tu prójimo".
La parte de mi juventud que se largó por las cañerías.
La honradez sin herederos.

D.E.P. Julio Anguita.




Comentarios

  1. Más respetado que votado. La integridad en política no da réditos electorales.

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    1. Querido Julio, vivimos en un país quijotesco. La política, en la actualidad, es un deporte de crispación y sueldos vitalicios.

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