Hemisferios

Cuando éramos infelices, a nuestra manera,
con la potestad de poder ir o no ir.
A la.
Y el aire de la contaminación
gestionaba el ojo del río.
Creía que nada podía tambalear la inmortalidad
de los centros comerciales
y que las epidemias, sólo eran menciones
de los libros de historia.
Las personas, enfermas de la comida,
tedio de los microondas,
pensaban en el exotismo
de los desastres naturales
como un deporte de cañonazos
en otro litoral.
Ahora, vulnerables,
seguimos confiando en la providencia
de los analistas de barrio,
fumigando el alma por distritos.
La verdad,
que se distorsiona como los whiskys
con hielo en la penumbra,
que bombardea nuestras casas
y desmorona el sueño vudú
que en el ayer habitamos,
para admitir que los elegidos no existen.

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