Apaños maltrechos

Cortas tú el flequillo con una tijera
con la cojez
de un lado tenebroso.
Al cerrar un párpado
no observas su ángulo
disidente,
que dentro de un mes tendrá
el equilibrio de un horizonte y
la rectitud necesaria
para que los defectos se igualen.
Ocurre en los días breves
con las noches largas.
Con la ropa tendida a pleno sol
y el canto de un gallo de yeso
en el arroz que ha cocido
demasiado
en una tarde sin huésped.

La gota de sangre después de la picadura.
Nos empeñamos a corregir errores
sin la destreza del arquero.
A salvar el mundo desde un salón sin trono.
Cogemos la bonanza de los útiles,
los flotadores en anís,
las gafas de graduar y hasta un bolígrafo
para hacer la lista del poema.
Siempre con el pulso trémulo
y un espacio escaso para aquello
que intentamos romper por la pestaña
y resulta, un corazón irregular
con una pierna ortopédica.
Todo con la desviación del azar
y el modo memo de desear
arreglar una escalera cuando caes
más entre los vacíos del teclado
al quebrar la línea discontinua
de un flequillo que largo tapa los ojos
y corto te despeja la frente
como los días y una tijera
en manos infantiles.

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