Instrucciones de lavado

Mi madre, druida y con olor a mandarina.
Que menciona más a los muertos que a los vivos.
Está cansada.
Supongo que el estigma de los emperadores,
los espartanos, los vikingos, los celtas,
guarecen en el áurea sagrada que portea.

Es sincera conmigo, y ejercer de psicóloga
con la persona que te ha dado la vida, se hace duro.
Pues ha sido mi sino de primogénita.
La educación sin cucharada de azúcar.
Y escuchar su voz de narcótico y azahar
que me produce miles de latigazos,
coces parecidas a este ostracismo.
Me raja por dentro en un asesinato llamado: La ley de la vida.

A veces hablamos de mis infortunios,
lo hago para que me replique y se entretenga. Luego,
aparece la verdad, su fatiga crónica y para una mujer de orgullo
y ralea, verse tan convertida en un tallo de estío,
enjuto, limpio de pelo, roto y a punto de ser humus.

Es mayor castigo, que el hecho que pueda desaparecer...
Qué terror, cuándo me comenta que ya no quiere luchar,
ella que ha derrocado imperios,
ha construido embalses y decapitado al dictador,
e hizo una empresa escolar al criarnos sin apegos,
fuertes y tal vez, dominantes y con corazones enanos.

De repente, me lee mi horóscopo, me está bendiciendo,
y me avisa que alguien que cohabita conmigo no es
trigo aseado. Yo, ya lo sé madre, y sé que quiere siempre dar instrucciones de mando,
regir el afluente de las decisiones.
Porque usted, gran dama del pelo rojo, ahora en nuestro ADN.
Siempre ha sido, y será nuestra Soberana.
Con una visión del futuro de herencia.
Que yo con tristeza, también, hincha mis glóbulos rojos, mi plasma, mis células.

Ser bruja en el siglo XXI es una putada.

Yo le respondo, sea llanta de aluminio. Cable de titanio.
La roca más dura.
Aguante su mano a esta liana que nos ha tocado vivir.
Falta menos, no se rinda.
Demuestre al cosmos que la estrella aún late en nuestros recortes, sobras y decesos.

Brilla.
Brilla.
Brilla.









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