Pongamos que hablo del día dieciséis. (Carta a mi madre)

I

Hay martes que deberían ser declarados desiertos
como presuntos lunes en plagio
buscando el premio a esta rareza inusitada.

Sentir la gula escrita que no cesa y hace 
que el cuerpo no sea más que un sacrificio
expuesto en la piedra
con el anhelo de la inexistencia de los días, grises en pleno estío,
ni la sensación de que me he desprovisto
de demasiada ropa. 
El ojo engañado 
a la 
sombra raquídea de las nubes 
porque añoramos el invierno.

II


La gente pulula, la basura hábita en los mismos de la penumbra, y en esta oligarquía
de teclados de Mozart, en conexiones de Internet
van dando vida a los muertos. El reo de las flores de lis, que cree
en la providencia y que con su estetoscopio ausculta a la página
el rencor de los meses en meridiano. 

III

Percibo una extraña púa de pliegues de moho,
y recuento mayor de bacterias y seres demórficos
haciendo cola al ángel caído, a cada hueso aparcado en batería.

IV

En desazón, como un ovni
la cena que con ternura venenosa llena las ansias malditas.

Él ha marchado de transhumancia, al viaje de los fugitivos del corazón,
y noto el sabor del clavo metálico
en mi lengua, y los senos en vanguardia
con desafíos al ventilador hasta el máximo viento;
le añoro, y me preocupa este arder sin llama,
creo que en este lunes de martes
con el diagnóstico declarado
de dos días que no ceso de taladrar al ordenador,
de lamer las uñas para extraer el pigmento de su hombría,
he enfermado madre, y creo que lo llaman los oncólogos Amor.
Grau de Castellón.

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