Na-vidad

Na-vid-ad.
Siempre he creído,
que los renos son hombres disfrazados de osos
y que su nariz roja.

Que su nariz roja
fue el corazón de la corteza de un árbol.

Reno famélico
que insufla su malla con tripas
mas nunca llega a la suficiencia
renal de sentir la plenitud
humana.

Corta mi extremidad nasal
clava su pedazo como si fuera una estrella
y deja la voluntad
de que todos los abetos respiren desnudos
libres de ataduras,
de joyas en monturas cabalísticas.

Esta ciudad germen, y los escaparates mostrando la avaricia,
en un final de año, húmeda lengua,
que desliza su ternura en viandas, en viaductos
de soledad espumosa.

Otra Navidad Pizarnik,
sin alas para poder quemar esta cortina de baño,
ni las postales que nunca fueron escritas,
igual que la última palabra no dicha antes de morir.

Tal vez bajo la bóveda del antro comercial
exista un regalo de papel cinéfilo
y en él esté el nido que tanto escarbo.

En playas de invierno.

<De rostros en fotografías
que hablan sin boca>

De una llamarada perdida en el asado
de hornos crematorios de familias.

En solsticio el conjuro
de amar entre los témpanos de plástico,
del espejo de un obrador
con el mazapán diciendo tu nombre.

<Condena de ponche, adoración de oriente.
Flecha angosta de este carcinoma caníbal>

De ser más que un pasaje de biblia
donde los renos son hombres disfrazados de osos
con la nariz roja del corazón de los árboles.

Famélica de ti y de los míos.

Navi-dad, Nada Vi.





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