28 extremos.

I

Desde mi cama he visto desposarse a Sarturno
y lanzar los anillos
por el desagüe del water.

Contemplar la mueca felina tras el cristal
por no poder atrapar al gorrión
en un lamento sonoro de verja.

Mi pelo óxido, graffiti de bisabuela,
en la raíz triangular
del icono que fueron todas las paridoras
de este extremo que no muere conmigo.

La vida y sus entresijos.

II

Podría hablar del amor
o cómo hacer de tuerta cada vez que me mete el dedo en el ojo,
porque en esto de los amoríos
una se vuelve ciega de anfetaminas
y vomita por los portales
aullidos de casulla versicular
entre sábanas de franela.

No quiero ser más la gallina,
metida en un caldo de fascículo,
amontonada perdiz desnucada
esperando en el mercado la salsa con dátiles.

III

Tal vez fue un treta,
eso de lamer los pezones
y enseñar a la cadera el camino
más lodoso para quedar ahorcada
a su anzuelo.

Saturno, sin anillos,
no es más que otro mortal destronado.

Inocente, inocente
dejar la mácula del rastro
chupando el índice divino,
por mucho que haya hecho saltar
en página a la cabra,
gacela en fino
de San Juan e la Cruz.

Porque no fui más
que la inocentada
de su favorita.



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