Máster musical.

Siempre quise
meter un señor con saxofón
en un poema,
sí, un músico
con una gabardina interminable
que se revenciara sobre
el empeine del zapato.

Como un rótulo luminoso
saludando al cristal
de un motel en las Vegas.

Un saxofonista.
Fornido con olor a lavanda.
Ya que lo inventamos
que esté acorde a las sombras
de esta historia
no rimada.

Y que a medianoche
tocara las canciones de Kenny Gee
para amarme con los ojos vendados
como jamás
lo había hecho,
igual que tú
lo hiciste apenas dos lunas.

Luego, en la cola del supermercado
el fingir que nunca
se escribió la melodía
de los cuerpos.
Saliendo por la dirección
errónea;
mientras rememoro
la dulzura de un saxofonista
escuchando Forever in love.





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