Poema a dos tiempos.

No voy a pedir, nada que conceder sea imposible,
cambiar el curso del torrente
o que las brújulas señalen 
lo indeseable.

Pasa una niña con un vestido de flores
y una bici del mismo tamaño.

Ni pedirte que me ames
si tú no lo haces;
los roperos pudieron haber sido olmos
hace tiempo, y los lóbulos
desprovistos de pendiente
escuchar la más joya del viento.

Bajan cargados con los restos del supermercado,
variopintas personas con carritos de bebé y una caja
que apenas sostienen seis brazos y un diente.

Me conformo con el minuto,
la secuela del arroz con tiempo;
sentir la catástrofe natural
de vencer lo inconquistable.

Ahora un policía habla con un borracho
y dos adolescentes miran los móviles
entre risas y vaqueros rotos.

Nunca abandones el rumbo del más recóndito
ni  te dejes rasurar por esta Dalia tu barba cervantina.

No voy a pedir que te quedes.
Tus pies poseen más soberanía
que tu cabeza.

Un semáforo pita rojo, separando una calle de moscas
y la Avenida mengua a mi caminata
de ala-deltoides.

Ser salamandra para adquirir el tono volumen de la noche.
Ser el astro que alumbra tu pecho,
los cien colores de cada una de tus historias
que son tuyas y de ningún otro, aunque no lo creas.

Girar la cerradura, virar la llave
y regresar donde duermen mis vestidos, hace calor,
y me gustaría al abrir la ventana
que volase tu presencia, pero, sigue aquí clavada
como un puñal que atraviesa la avenida de gente que come
de las sobras, de niños que juegan solos en artilugios sin campo,
de mobiliario de ciudad, pintado y luminoso con telefonía y cartones de vino.

Borrar este amor que me consume,
pero no puedo, pero no puedo, 
mientras los restos de tus cabellos navegan dentro mi vientre.




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