Melóncolia
La tristeza hospitalaria
en las fachadas de almíbar seco;
de pasillos anómalos
con transeúntes con el rostro encerado.
La tristeza colgada de una percha,
con sábanas, tejidas por las palabras
que atraviesan
los corazones de las mujeres de mascarillas
y guantes azules.
La tristeza de máquinas expendedoras,
ángulos muertos en su medianía.
De rasantes en los ojos de los que cruzamos
los corredores como alfileres de hojalata.
En el ascensor de las puertas autonómicas
que te llevan al laberinto
de los almendros, que florecen sólo
en postales de cartón.
La tristeza fría de la palangana,
o el catéter anudado a las venas.
De cigarrillos frente a la ducha.
De televisores que funcionan
con perras y platos aceitosos
en menús de congelación.
La tristeza. Y la ecuación de que antes
del amor va la salud.
Como comadrejas en rincones
de esdrújulas de medicamentos.
La tristeza que duerme en una cama.
O finge.
De fachadas de almíbar seco.
Y poco más.
en las fachadas de almíbar seco;
de pasillos anómalos
con transeúntes con el rostro encerado.
La tristeza colgada de una percha,
con sábanas, tejidas por las palabras
que atraviesan
los corazones de las mujeres de mascarillas
y guantes azules.
La tristeza de máquinas expendedoras,
ángulos muertos en su medianía.
De rasantes en los ojos de los que cruzamos
los corredores como alfileres de hojalata.
En el ascensor de las puertas autonómicas
que te llevan al laberinto
de los almendros, que florecen sólo
en postales de cartón.
La tristeza fría de la palangana,
o el catéter anudado a las venas.
De cigarrillos frente a la ducha.
De televisores que funcionan
con perras y platos aceitosos
en menús de congelación.
La tristeza. Y la ecuación de que antes
del amor va la salud.
Como comadrejas en rincones
de esdrújulas de medicamentos.
La tristeza que duerme en una cama.
O finge.
De fachadas de almíbar seco.
Y poco más.
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