Apego

Qué hacer cuando el amor
se vuelve un castillo infranqueable.
Una como pelusa se vuelve frágil.
Al principio, que piensa que cerrar puertas
evita las corrientes de aire.

A todos, un rato, nos agrada la soledad.
Como una pelusa de una bufanda vieja.
Y entiendes la separación de las sílabas,
la boca que no ríe,
el sexo inmóvil.
Y afuera te quedas esperando
en una parada intransitable.
Nieva, las codornices comen
de tus ramas. Y los pies adoptan
el pasodoble de las brújulas.
Día tras día.
Mutas en harina, en radio, en eco.
Y vas sorteando las piedras.
Y te cuelas por los poros.

El amor ensimismado.
Ahuyenta al ser vicio.
Y la caricia emigra.
Para que a base de cal
selle las únicas posibilidades

de comunicación, de entendimiento.

Te has encerrado en ti mismo.
No me dejas ayudarte.
Me quedo afuera.
Esperando la marea. La nube.
El ave de noche.
Consumidor.
Y tú te has alejado sobre tu montaña.

Llevo varias leches amargas.
Huesos y pinzas.
En la calle.
Acaso no ves que soy un fruto sin semillas.

Estoy sentada en el bordillo.
Cómo un gato sin casa.
No veo ya ni una raja de luz.
Estás enfermo...
Y no quieres curarte.
Yo sigo sobre el rosal de espinas
y empiezo a detenerme.
Porque tú posees el estado de fe
del sobrado, del suicida, del pico.
Y yo tiritando a la intemperie
me desangro por tu descomposición verbal.

No puedo más. Las pelusas siempre se desprenden.
Curar a quién no quiere sanarse.
Amar a una estatua.


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