Cola cao o Nesquick

La televisión enfoca la escena
del repertorio de un dueto: Él está irritado. Ella, encolerizada.

Las imágenes, se sucenden en la pantalla,
parecen ambas dos películas de cine mudo.

En el aparato, borrosas.
Las de ellos, un film de tragedia,
a lo mejor por una discusión de celos.
Mientras él levanta la voz paralela
a los gritos de la mujer con presbicia.

Una almohada se ha estampado contra el sofá.
Y la taza de café volcada
regurgita el amargo café
de la disparidad política.

Ella puede fingir
que piensa del mismo proceder que el hombre
que ejerce el derecho a sabotear
la libertad de expresión.

Los fotogramas se suceden.
Retrasmiten un desfile
y el hombre lo adora como un adolescente
a su primera prostituta.
La mujer, se negó a contemplar la cabalgata de lo reyes. No cree en la Navidad.

Una fisura en la baldosa.
Un milésimo grano de azúcar, apenas, perceptible.

Los corazones bombean la sangre
en direcciones opuestas.

Cuántas margaritas en el jardín de los cardos.

De lejos, parece una serie barata
en una tarde de verano con los jabalíes puestos en venta
de las cacerías.

Dos emisiones, y un canal.

Y si pelean por un ataque de celos,
por un amor loco.
Pero, no, la alarma activó la desesperanza
y ella inmóvil ha encallado su silencio,
mientras él no acepta nada,
nada que se escape se sus diminutas manos de marioneta.

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