Los dictadores.
El silencio al asunto
ha sido la prescripción a tanto alboroto,
la prudencia frenesí a la fisura
de una carretera con otra.
Paso de trenes de alta velocidad
con la lentitud de la barrera,
de derechas amagadas en el izquierdismo. Ridículo masivo de un pueblo
que no salió a los aparcamientos cuando la corrupción, y las casas fueron embargadas
con la boca de los niños pidiendo el cielo
en depósitos u hospicios
donde reverdecen con la pobreza
monetaria circense, declive de sanidad,
docencia de barracones
de un país que no es país,
en una ideología
que alimentaba a sus cachorros
en las aulas.
Quieren el apaleado
por ambas partes, cobardes
que usan al pueblo como escudo humano,
mientras toman palo en sillones que huelen a plástico chino.
Vergüenza del anacronismo
de la divergencia, cuando la multiculturalidad
es el futuro, que el planeta debe ser uno
ante el cataclismo ecológico
que se gesta en la tierra.
Los estorninos aún no han regresado,
y el agua sabe a lejía. Pero ahora
prima el derecho que se vende
zurdo. La sangre que nos inyectaban en vena, la supremacía racial rozando al nazismo
que nosotros éramos superiores,
frente a enfrentamientos bélicos
que se originaron por mandamientos
laborales y caciques.
Yo, no soy mejor que nadie.
No voy a negar la historia.
No renunció a los orígenes.
Pero sacar la tarta en un entierro.
Supondrá una intervención militar,
por eso a los herederos de Bonaparte,
imploro cabal, y no caníbal. Que tengamos la fiesta en paz.
En una estrategia con los medios
y la inocencia de los que aman las telas de colores.
Ellos no tienen hambre.
En el disparate o en el disparo,
que en una pelea de gallos televisiva
han diseñado. Los cajeros huelen a orina, los estudiantes se alimentan de macarrones con salsa azucarada, la sala de oncología está a rebosar igual que un día de estreno, los párvulos estudian en chabolas prefabricadas, la vivienda es un lujo, las generaciones han migrado en puestos de Zara en Londres y así una ristra de amianto.
De un gobierno agónico, de unos burgueses
que desean pasar a los anales de la eternidad con la cabeza cortada de sus hijos.
ha sido la prescripción a tanto alboroto,
la prudencia frenesí a la fisura
de una carretera con otra.
Paso de trenes de alta velocidad
con la lentitud de la barrera,
de derechas amagadas en el izquierdismo. Ridículo masivo de un pueblo
que no salió a los aparcamientos cuando la corrupción, y las casas fueron embargadas
con la boca de los niños pidiendo el cielo
en depósitos u hospicios
donde reverdecen con la pobreza
monetaria circense, declive de sanidad,
docencia de barracones
de un país que no es país,
en una ideología
que alimentaba a sus cachorros
en las aulas.
Quieren el apaleado
por ambas partes, cobardes
que usan al pueblo como escudo humano,
mientras toman palo en sillones que huelen a plástico chino.
Vergüenza del anacronismo
de la divergencia, cuando la multiculturalidad
es el futuro, que el planeta debe ser uno
ante el cataclismo ecológico
que se gesta en la tierra.
Los estorninos aún no han regresado,
y el agua sabe a lejía. Pero ahora
prima el derecho que se vende
zurdo. La sangre que nos inyectaban en vena, la supremacía racial rozando al nazismo
que nosotros éramos superiores,
frente a enfrentamientos bélicos
que se originaron por mandamientos
laborales y caciques.
Yo, no soy mejor que nadie.
No voy a negar la historia.
No renunció a los orígenes.
Pero sacar la tarta en un entierro.
Supondrá una intervención militar,
por eso a los herederos de Bonaparte,
imploro cabal, y no caníbal. Que tengamos la fiesta en paz.
En una estrategia con los medios
y la inocencia de los que aman las telas de colores.
Ellos no tienen hambre.
En el disparate o en el disparo,
que en una pelea de gallos televisiva
han diseñado. Los cajeros huelen a orina, los estudiantes se alimentan de macarrones con salsa azucarada, la sala de oncología está a rebosar igual que un día de estreno, los párvulos estudian en chabolas prefabricadas, la vivienda es un lujo, las generaciones han migrado en puestos de Zara en Londres y así una ristra de amianto.
De un gobierno agónico, de unos burgueses
que desean pasar a los anales de la eternidad con la cabeza cortada de sus hijos.
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