La luciérnaga de vestido rojo.

I

En la habitación, número 338 de un hotel en Bangkok
cuelgan los lindos pies
de un cuerpo femenino desde la lampara.

Una borla de carne que descompensan
las bombillas, cicatrices lumínicas,
como los focos de las pistas de aterrizaje.

Ella luce en su mortaja un bonito vestido, supongo
que, para recibir elegante
los bisturís que la abrirán en canal
igual que las góndolas en Venecia.

¿Por qué ha leído mi poema a la 14:45, hora española?.

Y ha dejado que el hielo se apropiara del vaso.

Y que el rímel obnubilara
los surcos de permanecer
despierta por los narcóticos.

Para mudar, en el fruto prohibido del árbol del ahorcado.

II


Hubiese ido a buscarla, tomado el primer avión.
¿Cómo no hacerlo para salvar una vida?

Una vida anónima en Tailandia
con la lluvia preparándose para borrar
los ecos ambulantes. 

III

Los pies se han vuelto de cemento
y los salones recreativos llevan últimamente demasiado mi nombre
con el premio gordo.

Nosotras entendemos el lenguaje de las pesadillas.
Nosotras sabemos que es estar en la urgencia con el cráneo
abriendo la tierra en rosas.

No he podido auxiliarla.

Y ni siquiera ha dejado una carta de despedida
porque cuando la soledad
mata, no da tiempo ni para trámites burocráticos.

Ninfa mórbida en la pantalla de tu portátil:
un poema parpadea como un mal estribillo.

Parpadea. 
Parpadea.
Parpadea.

En la habitación 338 de un hotel en Bangkok.

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