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El poema.
Del quirófano con el despertar anormal de las batas verdes,
en la desnudez en medio del ágora,
paciente rinoceronte, que troquela los advenimientos.
Podrá la epifanía, el arrancar de los autos,
la pestaña que ilusa cae creyendo que es hoja del árbol.
Sin ningún respiro donde cobijar las manos, los pies, los dedos,
encima de una forense lupa que nos destripa en busca del alma.
Pobres alambristas, nocturnos bandidos de la fe,
que encajonan palabras y se atreven a mirar al sol.
Hasta que la córnea
no ve más allá que los malabares,
el tobogán del que hace de la arena
rimas como luces en acuario
en los vidrios carpinteros.
Escribir con cincel.
Ensuciar con el barro de la vorágine.
Enana de circo que traga gasolina,
que escupe fuego, como una vulgar llama de termo,
en tu entendimiento, larva, larva,
que nunca llegará con las piernas de madera en carcoma
a la meta de las mariposas.
Del quirófano con el despertar anormal de las batas verdes,
en la desnudez en medio del ágora,
paciente rinoceronte, que troquela los advenimientos.
Podrá la epifanía, el arrancar de los autos,
la pestaña que ilusa cae creyendo que es hoja del árbol.
Sin ningún respiro donde cobijar las manos, los pies, los dedos,
encima de una forense lupa que nos destripa en busca del alma.
Pobres alambristas, nocturnos bandidos de la fe,
que encajonan palabras y se atreven a mirar al sol.
Hasta que la córnea
no ve más allá que los malabares,
el tobogán del que hace de la arena
rimas como luces en acuario
en los vidrios carpinteros.
Escribir con cincel.
Ensuciar con el barro de la vorágine.
Enana de circo que traga gasolina,
que escupe fuego, como una vulgar llama de termo,
en tu entendimiento, larva, larva,
que nunca llegará con las piernas de madera en carcoma
a la meta de las mariposas.
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