Callar siempre callar.
Si
cada edén tuviera un árbol por espada
y
cada lejanía una viga
que sostuviera la bandera
de cada ciudad redimida.
Ignoraría el destino
de cruzar los átomos descoordinados,
ludópatas de las sombras,
que cuajan las extremidades
en la retina de esta pared que mira
el silencio de otra semana
sin la resistencia de no vernos.
Podría explicar muchos teoremas.
La fórmula del crucigrama,
con topos cuadrados
en autodefinidos de cuatro casillas.
Amor, daga, beso y cal.
Porque en noches de neblina
con regusto a hollín
por las chimeneas
gatos danzan sobre las repisas de nuestras arrugas,
se plancha la cama
y aquí no ha ocurrido nada.
Escena del crimen
para sobredosis
en callejones sin abertura.
A cuatro patas y a loco.
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