La caída de Atenas

Te prometo
que no descubriré jamás los pechos alevosos
cuando cruces la cortina.

Te prometo
que aunque los pezones
sean dalias que busquen el agua de tu fuente,
ocultaré los lunares
tras la nube.

Te prometo 
que no volverán a ser besados
pero amaré los silencios,
cada vez, que los ojos sean ojos.

Qué saldré de los tuyos
a nado, dejando 
que la enredadera crezca 
en las esquinas de mi plaza.

Te prometo
tatuar el nombre
de mi próximo amante;
parir un hijo
que se parezca a tu torso
y será el más
deseado de todos los estantes.

Te prometo
que ya no hurgaré 
en tu corazón de piedra
como el musgo
sobre tu desnudez y la mía.

Te prometo que has ganado.
Que me has vencido
y todos los puñales
son hojas de matas.

Te prometo 
que no hay sufrimiento,
que mis senos te amarán después de muertos.

Pero, promete fe,
que cuando estés tras del horizonte
pecho fuera de pecho
y recuerdes la despedida
escribirás la caída de Atenas.








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