Quevedo y Gongora.
Tenía la sana costumbre
de acudir al lavabo
después de regalar su poesía,
y curioso polifemo,
aposentarse en la última grada
del coliseo en racimo;
mientras el agua galatea
se escurría por su sexo cíclope
apaciguando dos ojos golosos.
Un día me apresté a colaborar
en la corrección poética.
Ay Góngora que miras desde el cielo.
Tenía la sana costumbre,
frente a un espejo de baño,
cual Venus,
de los que venden en el Carrefour.
Con un jabón de manos
con olor a penitente.
Pulir hasta la perfección
tal ilustre rima.
Déjeme a-ser tu Quevedo.
Y observé
desde el Parnasso
el amanecer sin
sol
más bello
de su tierra.
Quevedo
y Góngora.
Góngora
y Quevedo.
de acudir al lavabo
después de regalar su poesía,
y curioso polifemo,
aposentarse en la última grada
del coliseo en racimo;
mientras el agua galatea
se escurría por su sexo cíclope
apaciguando dos ojos golosos.
Un día me apresté a colaborar
en la corrección poética.
Ay Góngora que miras desde el cielo.
Tenía la sana costumbre,
frente a un espejo de baño,
cual Venus,
de los que venden en el Carrefour.
Con un jabón de manos
con olor a penitente.
Pulir hasta la perfección
tal ilustre rima.
Déjeme a-ser tu Quevedo.
Y observé
desde el Parnasso
el amanecer sin
sol
más bello
de su tierra.
Quevedo
y Góngora.
Góngora
y Quevedo.
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