Las bajezas de un corazón latiendo.

I


La pena lejía tiñe el vaquero,
la cazadora tejana
que olvidé una mañana dominical
en un tren destino a Valencia.

Desgarrar las pieles muertas
de las jardineras de mis uñas
mirando cada hueco
de un mueble
con vistas a los rojos.

Yo, no sé, de qué manera
observas mis veleros
si arañada de ti
perdura la herida interna
a cada lado vaginal
de una, canal llamado Venecia.

Me gustaría que fueses sincero,
que me contaras las habladurías
que te han alejado de mi pena clorada.

Que colocaras cada pieza, cuchillo, tenedor y salero
en una mesa de variedades agropecuarias.
Aradas palabras de veneno
que han cegado tus vasos.

Si yo te contara lo que me han dicho de ti,
supongo las mismas máquinas que refrigeran
las salas mortuorias de canarios sin cabeza...

Yo, por ti, fui pájaro, y hoy ante tu cambio de registro
los afluentes pintan sobre mi cara
lágrimas.

Qué error, he cometido esta vez.

Di, si yo no tengo más
que un vestido verde
de cuerpo cuando es campo con el tuyo.

Y siento la disculpa
de un plato de sopa que lleva tres días ahogando
los fideos de tu destierro.

Metida en un negro traje
aprendí a vivir sin el opio de tus labios
y la sexualidad comprendida del maremoto
contra una batería
que tiritaba de frío ante el silencio.

II



Te adoraba, y todavía lo hago, no hay ni un poro
de mí que no sea tu voz.

Me acurruco
en la dinámica de las ausencias
en el lugar exacto de la canela,
en este rincón de sofá
que nos sostuvo
mientras hacíamos el amor
hace cinco días, ni más ni menos.

A veces con esta pena disolvente
de no admitir que no me amas
si en tus ojos siempre la pimienta tilila.

No entiendo de incisiones
si los sagitarios son mitad hombre,
mitad caballo

Porque no hay ni un lugar de mi casa
que tú no hayas besado.

Y me niego a olvidarte.

III

Extraña fórmula
el prodigar amistad
distinta.

A mis amigos no les escribo poemas de amor
en sol sostenido.











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