Filosofía avinagrada.

En este mundo comer un yogur
supone un nuevo reto mental, levantas la tapa 
y en vez de la fuente de calcio
te encuentras unos juegos interactivos,
cien códigos de barras
y un cupón descuento,
los huesos no se enriquecen
y encima sales escopeteada a buscar la página
por si te ha tocado un gorila hinchable.

En este mundo ficticio
donde sólo vivimos en la página cara libro de cada uno,
como si de un pensamiento cerebral se tratase,
existimos en la red virtual de cada ser
semejante a las estructuras del seso,
es decir, te pienso existes, me comunico existes.

Menos mal, que en la época del descubrimiento,
o mejor diría, matanza indígena,
siendo los primeros exterminadores del world,
no había estos medios,
pues, lo hubiese tenido muy difícil
por mucho huevo que sacara 
el hispano-ítalo-portugués.

Es la época del estímulo nuez,
de un modo nuevo de consumir el tiempo,
no percibimos la celeridad del progreso
que acorta la vida del planeta.

Y meditando, camino de la nevera, a por mi segundo lácteo de coco,
me doy cuenta que el futuro no está en este cilindro ni esfera
y que no deseo que lo vean mis hijos.

El progreso se llama robótica,
implante,
chip,
descargas cerebrales,
supervivencia extrasensorial.

Y a eso podrán acceder muy pocos,
creándose una diferencial social impresionante, 
que hará aborrecer los recursos naturales y la ecología, 
a favor de estructuras más necroscópicas
y costosas.

Porque ya no nos alimentamos de yogures,
ingerimos pequeños monstruos de información y marketing
que taladran nuestra corteza.

Reivindico comer tranquila,
sin sentirme un Julio Verne paranoico.

Quién pudiera hervir la leche recién ordeñada
y hacer cuajadas con miel.











Comentarios

  1. Yo ya me he pedido un robot con tres estados de humor distintos y con crisis emocionales y afectivas.

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