VIVIR EN UNA CARAVANA POR EL MUNDO.

El amor para ella suena:
¿Qué harías con una caravana?

Su primer esposo
que la transportó al lugar más vello de la atracciones,

donde todos los zapatos
combinaban con los bolsos.

Y las bragas, y los sujetadores y los moretones.
La miró estupefacto 
como un río desbordado 
en una urbanización de Torremolinos.

-Para qué, si somos ricos.
Y pensó ella: pobre de mí, pobre diablo.

Al segundo le formuló
la misma retórica:

¿Qué harías con una caravana?
A él se le iluminó la cara,
le propuso montar un negocio ambulante,
donde al primer lucero de estadio,
vendería comida frita en aceite
con una servilleta por cliente.

Por la noche, con los focos aún encendidos por los faroles,
recogería caja.

Al tercero, ni vencida ni duende,
fue lo más próximo a su quimera,
viajarían por ciudades,
el primer destino: Holanda,
el problema era que quería aparcar 
en las puertas de las discotecas
y vivir del ligoteo.

Con los ojos extasiados le dijo,
-¿Dónde dormirás cuando tenga tema?

En ese momento 
sus tímpanos se perforaron 
y cree que tener la ilusión de morar en una roulotte
por el mapa de cinco estrellas es más fácil
que encontrar los verdaderos caminos.

Por eso se conforma con su soledad
como copiloto de ruta,
una marca pala de poca monta
que no es nadie
pero cree en la gente noble
por muchas piedras que le lancen,
las mismas que usaron los romanos
para las calzadas.

Todos los caminos conducen a Caravana.

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