Fuera de coordenada
Una tiene derecho a callar,
a no devolver el poema
ni deber un centavo.
A no responder ni siquiera al saludo
del viento entre las ramas.
Olvidar el móvil en un cajón amarillo,
quitar la cobertura
para arrebatar el tejado a la vivienda.
Cerrar la conexión
y hablar con un libro, frente a frente.
Una tiene la responsabilidad y la elocuencia
de obviar el retorno,
de amputar la línea,
de corresponder con brazos y piernas
y no con los avatares
de disfraces venecianos.
A no ser nada y escupir la respuesta
en una taquigrafía muda.
Esta inmediatez corrosiva
de petardo entre las manos,
la necesidad del fotograma,
el estado aparente, la frase locuela.
Sí, una posee la libertad
de mandar a la mierda (perdón) miríada.
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