Andrajos

Hoy he perdido una llave, 

la llevaba maniatada

a un trozo de hierro.

Sus dientes de avispa 

eran el candor de la abertura,

siempre reconfortantes 

al giro preconcebido 

para abrir una vieja puerta.

Al principio el enojo cuajó 

en un intento cruel de demoler al medio,

con el renacuajo temporal 

para tomar la cerradura 

y con grasa embadurnar las bisagras

con la alegría de los colibríes.

He perdido la llave 

y tosca aprendí que el rodeo

por la charca es el camino estipulado,

con su mandíbula de abanico

el desaire atroz de la autoexigencia

como un metal que osa a imitar 

la forma de las cosas

y con la creencia incauta 

que es el ligero globo 

de aire 

que  cae estrépito hacia el hueco

de todos los ascensores del mundo.

Una, incómoda, acepta el extravío.

Pone límites y llora.




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