Sierpes
Él dijo, que quería construir
una casa con sus manos,
con el hueso de aquel derribo
y un poso de abandono.
Él, con su dote amatoria,
la voz ronca de árbol flamígero
qué indaga en cada versículo
la búsqueda de la brevedad más absoluta.
Yo no le creo ni una palabra.
Y fingo en su costumbre de conquista
de lo que se supone en el plano
de la edificación que subscribe.
Hoy la mudanza es ruina.
No permuta nada.
Se quiebra su viga latente
del que entre vainas
saca el madroño y la seta tóxica
del filisteo.
Dijo él, una casa, un coche tránsito,
una gacela con el airbag
como un collarín cervical
en rehabilitación.
Qué bello desde afuera se ve el adulterio,
la falta promesa, el coche alquilado,
la redundancia de un estatus
que no existe.
Cayado sin garage.
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