Primero de noviembre

Ha nevado en Oslo 

y hoy los sepulcros se han convertido

en una primavera franca

a un paso de la nebulosa.

El frigorífico del cielo amaina hacia el temporal

con un decorado, 

digno de una ópera de Dante,

con el viento del cohete,

con el oleaje de los saltamontes 

que coparán el abrigo de aquella tintorería

henchida de edredón y túnica.

Sé que en Noruega, las calles están canosas, 

mientras aquí los supermercados

venden la depresión navideña

desde el puente de un pilar.

Yo también creé mi paraje invernal,

pinté las paredes de pulpa 

y encendí un candil azul para las ánimas

de mis abuelos

de mi segundo padre,

de mi madrina,

pero no pude evitar el pensamiento 

de que adornamos de pétalos 

las losas con la misma soltura

que un misil mata a un parvulario.

¿Para qué sirven las flores?

¿Para qué la palabra que aplaca la bestia 

o la enciende?

Con las bonitas jardineras 

y los cirios 

dibujando ostras en un cuenco

en una guerra con su raíz de árbol talado.





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