Conductividad disociada
Cada día visito tu casa
y aporreo con mis puños
tu corazón sordo.
Envalentonada con toda mi cacharrería,
cruzó la calzada,
y arrastro la palabra de metal
hasta el ojo turco de tu embolia.
Golpeo con fuerza
y durante veinte segundos
pulso el timbre para provocar
el regreso.
El regreso de un hombre de mazapán
que de la falsedad hacía un triunfo.
Te quedas muerto frente a este amor desbordado
de mi presencia
con el cupón de vuelta
a una casa de chinches.
Lloriqueos, pláticas, incienso de culpabilidad
para percibir que de tanta insistencia:
yo manca sin remedio.
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