Oda a David Bowie
Descubrí lo efímero cuando David Bowie falleció.
Pensaba incauta que la inmortalidad
era un genio con una voz capaz de detener el movimiento de las hojas.
Los ídolos deberían tener el beneficio
de la eternidad.
Sí, ser como las momias
de constantes vitales
a merced de los que adoramos el arte.
Sospecha presunta cuando descubres la caducidad
en los yogures y la huida al ciberespacio de Bowie
con el falso pensamiento de que vive en un barrio de lofts en Londres.
El ojo bicolor
no distingue a un río de un torrente.
Y su cigarrillo electrónico
chispazo de tecla
está componiendo la última canción
que jamás escucharemos.
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