Dolor ante el desprecio

Niebla que perdura en cada sorbo de café 

que bebes esta tarde, preludio de caspa.

Tú qué te hallas lejos 

en la inmundicia del que olvidó su nombre.

Que segó la felicidad del hogar 

y mudó su traje por un despecho órbita.

Que celebras con los muertos tu aniversario

en la mediocridad

del daño fortuito a los que te quieren bien.


Tú, que eras arrecife.

La última cosecha de trigo 

mientras los temporeros agrietaban sus manos con las zarzas,

para recoger la fruta más hiriente.


Desconozco el origen de ese infierno

que se entrometió en tu mirada.

Tal vez no olvidaste a una expareja

que más que doctora parecía tonallidera 

de la lástima.

O qué simplemente fui

para la eternidad víctima 

que necesita un préstamo.

Siempre el mismo patrón 

guiándome al palco de los narcisos. 

Con la bombilla fundida 

en el alma 

y con medicamentos para una cosa u otra cosa,

ya jamás sentiste ni el dolor ni la inquina

que la saliva 

despuntaba en tu marcaje.

Y fui una imbécil.

Una acelga que crece en el borde del precipicio.








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