Neptuno

Uno de los placeres mayores de la vida es, zambullirse en la piscina.

Notas el cuerpo en la gravedad al amparo del descanso, en cada poro y hueso.

Este sábado, como siempre a primera hora, he acudido a la piscina, donde ha sucedido una situación realmente cómica.

Existe un usuario que se niega a compartir su carril con el resto y al acercarse un nadador le ha invitado directo a compartir mi carril.

-Regidos por una costumbre los hombres usan uno y las mujeres otro, desde un punto de vista imparcial-.

Ante la negativa de cohabitar espacio, el nadador indignado no le ha quedado más remedio que meterse por el tramo en que yo nadaba. Le he advertido que no se enojara porque el susodicho no quiere compartir con nadie un lugar que es de todos los abonados y que él, ya por el modo que mueve los brazos, limita reduciendo el movimiento colindante a otras personas, para advertir que el corral acuático es suyo.

La verdad, he reído una barbaridad, con el nadador que incluso imitaba al dueño de la parcela submarina. 

No imaginé la simpatía que se puede derrochar en el ejercicio de la natación, pues normalmente tenemos la cabeza dentro del agua.

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