Lluvia ácida.

Intolerancia de tela al agua-azufre
que arrastra la suciedad de las bocas
de las fábricas.
Y que limpia la cara de los niños,
de patios rusos. Con el amonio
de las nubes germinadas.

El entorno que ladea.
Los lobos que padecen alopecia.
Y los niños que sacan la lengua
a una lluvia que entinta
la piel de soles enfermos.

He lavado la ropa. Pero el pecado
permanece ocre.
En fundas de móviles.
De besugos pintados en platos de feria.

Tan difícil es pedir amor
para el mudo
como arrojar el mismo a las ocas.

Excedente de amor.
Parquedad de besos.
Anzuelos en el corazón de los vivos.
Lluvia amarilla.
Y el demonio que se transformó en bolsas
de plástico.

Unas manos secas por falta de crema hidratante.
Y una espalda vacía de vértebras
por el abrazo nulo.

Llover no siempre calma al río.

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