BITÁCORA DE MADRID I
I
Bitácora de Madrid:
Al salir a la superficie
cabezas decapitadas
lejos de ser pena
son esperanza.
Infantes
con el cuerpo vivo y engendrado
de la gran ciudad.
II
Ella, en su presentación
explicó que de sus viajes
las piedras eran una pitillera sin cigarros,
ella viaja
a los ojos de la gente.
Ahora entiendo su calidad humana,
pero tengo el hábito de fumar pináculos,
lanzar a las fuentes con pómulos unos céntimos
en una caligrafía de las molduras,
que me oprime siempre a mirar a los tejados,
donde anidan las cigüeñas camino a Rivas,
donde han volado hasta las tejas
la pintura de unos graffitis reinvindicativos.
El estilo arquitectónico
es un zócalo de vida como otro,
te paras delante de los edificios
y ellos turbados ante tanta admiración
te cuentan secretos, pecados capiteles
y se dejan orinar por las noches.
He viajado a los ojos,
mi barbilla viró
su semblanza.
Veo personas con ropa de colores,
sirenas intermitentes
sustituyendo al trino de los pájaros,
una odisea cruzar la avenida madrileña
sin que siempre te falten unos segundos
para desembarcar a la acera-puerto.
He escuchado su voz
mientras miles de paredes se derrumban
al taller de la metamorfosis,
asfalto por ojo de buey,
quizás siempre vi una necrópolis en su alumbramiento
de coches, de humo, de aguas fecales:
ríos a la deriva de una bomba castellana
drogándome ATOCHA hasta el éxtasis.
Gente he visto,
por primera vez a la gente.
Mientras la urraca,
de las que pasean señoriales
por Castellón,
con el plumaje turbio
me espió desde la farola,
estaba perdida.
Ya somos dos.
Bitácora de Madrid:
Al salir a la superficie
cabezas decapitadas
lejos de ser pena
son esperanza.
Infantes
con el cuerpo vivo y engendrado
de la gran ciudad.
II
Ella, en su presentación
explicó que de sus viajes
las piedras eran una pitillera sin cigarros,
ella viaja
a los ojos de la gente.
Ahora entiendo su calidad humana,
pero tengo el hábito de fumar pináculos,
lanzar a las fuentes con pómulos unos céntimos
en una caligrafía de las molduras,
que me oprime siempre a mirar a los tejados,
donde anidan las cigüeñas camino a Rivas,
donde han volado hasta las tejas
la pintura de unos graffitis reinvindicativos.
El estilo arquitectónico
es un zócalo de vida como otro,
te paras delante de los edificios
y ellos turbados ante tanta admiración
te cuentan secretos, pecados capiteles
y se dejan orinar por las noches.
He viajado a los ojos,
mi barbilla viró
su semblanza.
Veo personas con ropa de colores,
sirenas intermitentes
sustituyendo al trino de los pájaros,
una odisea cruzar la avenida madrileña
sin que siempre te falten unos segundos
para desembarcar a la acera-puerto.
He escuchado su voz
mientras miles de paredes se derrumban
al taller de la metamorfosis,
asfalto por ojo de buey,
quizás siempre vi una necrópolis en su alumbramiento
de coches, de humo, de aguas fecales:
ríos a la deriva de una bomba castellana
drogándome ATOCHA hasta el éxtasis.
Gente he visto,
por primera vez a la gente.
Mientras la urraca,
de las que pasean señoriales
por Castellón,
con el plumaje turbio
me espió desde la farola,
estaba perdida.
Ya somos dos.
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