Lluvia de sal

En el paragüero yaces solitaria 

bajo este injusto sol de mayo.

Te sientes cansada 

de los corrales, del pienso ególico 

que no produce energía.

Un desencanto de madre sin útero,

de almohadilla que quiso ser grande,

blanco lecho cojín, 

y tiembla con el tren que cruza las entrañas

de la urbe.

Si pudiera detener este mar,

abrir su garganta opulenta

como en un milagro profético,

para que la zanja se abriera paso en el tiempo,

creedme que yo no marcharía 

con los murciélagos ni las nubes, 

me quedaría quieta 

viendo la casa ardiente 

y no huiría con las alimañas.




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