Cabezas de avestruz
La madrugada, en ocasiones, arrincona mi frente con la mirada del insomnio.
Ojos avestruces, cegados por aquello que anida
en un desértico trajín de somnolencia.
Y visito los pasillos para recorrer cada habitáculo
como si fuera un sonámbulo sobre el cable
de cada línea que he marcado, en este paso nivel,
de jugar a la ruleta rusa
con una tisana y un libro con restos de galleta.
Entonces, la escritora se desdobla
y escucha el tintineo de un reloj en paro.
La boquilla de un cigarro manco en un platillo.
La rama que, en su ejercicio de pilates,
se estira en busca del temporal.
Un costurero de mujer, de brazos murciélagos,
de folios maltrechos y un nombre
que desconoce su destinatario.
La madrugada, en ocasiones, seduce la ronquera
de mi pecho con su iris de naftalina.
Y renuncio a la vida, desde este séptimo piso
sin terraza ni escaleras al edén.
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