Cosas de chiquititas
Mi abuela me enseñó a plegar las sábanas
y cortar con las manos, las verduras.
Eran costumbres de cerros de isla,
como beber agua de aquel botijo
de barro rojo
que se rompió en mil pedazos contra el suelo.
Las sábanas con olor a suavizante,
revancha de embarcación,
que lidiaba la maña del que dobla con soltura,
y en su equilibrio, descubre atónito
que las palabras
pueden ser un tronco maleable
con la arruga del silencio.
Verdes desmembrados en la fuente
y el color de la tierra
metido en las uñas, homenaje agrícola
de la azada escribiendo surcos.
Yo aprendí de niña, muchas costumbres
que los aparadores de congelados
han reducido al recuerdo
de la ropa sumisa y de los que amamos
metidos en neuronas blancas
que prodigiosas son
lágrimas
en esta cara de lejos.
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